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miércoles, 16 de marzo de 2011

Geopolítica: Genealogía de la(s) revuelta(s)


"A goal without a plan is just a wish" (Una meta sin un plan es sólo un deseo). Antoine de Saint-Exupéry.


El mito del futuro vaga entre la oscuridad de la caverna y los fogonazos de un acontecer imprevisto que a menudo disloca las construcciones de un nuevo orden mundial. “Efecto dominó”, “castillo de naipes”, “gigantes con pies de barro”… Son algunas de las recurrentes fórmulas utilizadas para describir lo que está pasando en Medio Oriente y el norte de África. El recurso es legítimo y tiene mucho de verdad. En principio, hay que analizar a cada país individualmente. Ni todos los países árabes son iguales, ni tampoco los de mayoría islámica. Muy poco o nada tiene que ver, por ejemplo, Yemen con Egipto y Argelia con Omán. Otro aspecto a evitar es que la aproximación sea únicamente religiosa. El Corán puede servir de pretexto, ni como contexto de la historia y la conformación de un país. Asimismo, hay que separar la política de la religión y descubrir aquello que bajo el pretexto de la religión ha sido solo interés político, una confusión al servicio tanto de Occidente como de Oriente.
Estamos en el principio. Pero afecta a tal volumen de personas y territorio, entraña tantos posibles cambios políticos y geoestratégicos, tanto impacto potencial en la economía mundial, tanto desconcierto en las diplomacias, que cuesta imaginar que el siglo XXI depare muchos acontecimientos de este calado. Llamar a lo que está ocurriendo “revolución árabe” resulta reduccionista, porque puede acabar afectando a países no árabes como Irán. También es reduccionista explicar la revolución sólo por factores económicos.
Es por eso, que con la agitación política extendiéndose por todo Medio Oriente y el Norte de África, 2011 podría llegar a ser lo más trascendental del  año de la geopolítica mundial del petróleo como ocurrió en 1971. Para Eduard Morse, director del Citigroup, muchos de los factores detrás de las protestas actuales, –alto nivel de desempleo, grandes disparidades de ingresos, aumento de los costos de vida (especialmente en el aspecto de la alimentación), y gerontocracias y cleptocracias gobernantes- tienen sus raíces en la aparición de los petro-estados, un proceso que se consolidó ese año.[1] En 1971, los países productores de petróleo de mundo árabe trataron de cambiar el equilibrio de poder entre ellos y las compañías petroleras occidentales y los consumidores. Libia -negociando en su nombre y de Argelia, Irak y Arabia Saudita- declaró que ellos, y no las empresas extranjeras, establecerían el precio del petróleo que fluía a Europa. Como resultado, los precios a Europa, el principal mercado del momento, aumentaron 35% durante una noche. Al mismo tiempo, los miembros de la OPEP subieron los impuestos 50% a las compañías petroleras, en algunos casos el 80%. También en 1971, Libia nacionalizó la concesión petrolera de BP en el país, y Argelia nacionalizó el 51% de la compañía francesa CFP. Escuchar
Las editoriales no dan abasto para poner en circulación una avalancha de ensayos sobre lo que está ocurriendo y sus consecuencias. El caso libio es paradigmático. Por ejemplo, Les Echos ha dibujado tres escenarios posibles: el caos libio se contagia a Argelia, con un aumento notable de la inseguridad energética porque el petróleo libio no tiene un peso determinante mientras que ya adquiere gravedad de sumarse un problema de suministro por parte de Argelia; la posibilidad de una guerra civil en Libia que afecta tajantemente a la producción petrolera porque la actuación supletoria de la OPEP algo tardaría en articularse; la sublevación libia se contagia a Arabia Saudita tras ya haber tenido eco en Bahrein. En el fondo, lo que define la situación libia es que no es un Estado, ni una sociedad: sólo una amalgama tribal en manos de un déspota grotesco y peligrosísimo.
Así las cosas, la agitación que se desarrolla en Libia ha ampliado la preocupación por la seguridad de suministro energético mundial en una era de incertidumbre política. Desde el punto de vista de la economía global, la lucha por la democracia puede convertirse en escenario de pesadilla[2]. Si Libia y Omán salen completamente del mercado, desaparecerán de la economía global 2,5 millones de barriles de petróleo por día, un 3% de lo que el mundo consume. No existen evidencias de que Arabia Saudita pueda compensar la falta, llevando las máquinas y la infraestructura al límite. Traducción: el barril de petróleo puede superar los 150 dólares en cuestión de días. Y, eso, sin suponer lo que ocurrirá por las protestas en Arabia Saudita. O ¿es inevitable el petróleo a 200 dólares por barril? Hay algo que se llama prima de ansiedad. Un componente semántico para explicar un rango de aumento de precios que irá de 10 a 30 dólares por los actuales sucesos en Libia y sus efectos secundarios.
Nansen Saleri, antiguo jefe de Management de la saudi Aramco, escribió en las páginas de The Wall Street Journal sobre los precios del petróleo. “La buena noticia es que esta prima no es sostenible en el largo plazo. Los precios bajarán eventualmente debido a un exceso de capacidad mundial que se estima entre 3 y 5 millones de barriles por día y más aún debido a la migración de la demanda de petróleo a gas natural de las centrales eléctricas y los mercados industriales. El gas natural tiene más ventaja de precio (la relación de precios es 3 a 1 con el petróleo en equivalente de unidad energética). Entonces, los 200 dólares de crudo es poco probable dados los fundamentos del mercado”.
En el contexto de la producción global de líquidos, una guerra civil en Libia representa una interrupción de menor importancia (menos del 2% del total de los aproximadamente 85 millones de barriles de petróleo por día). Tampoco hay pruebas que sugieran que incluso un escenario prolongado de inestabilidad se traduzca en una reducción sostenida del suministro de crudo. La producción petrolera iraquí se redujo 30% al inicio de la intervención iraquí en 2003, y luego rápidamente recuperó el nivel de pre-guerra a 2 millones de barriles de petróleo por día. Actualmente, la producción petrolera iraquí se sitúa en 2.6 millones de barriles por día, con niveles mucho más altos a los proyectados durante esta década.



Omán, como enclave petrolero del Estrecho de Hormuz


            Hasta el centinela de Hormuz se tambalea, y con él peligra la seguridad del estrecho por el que cruza el 40% de todo el crudo transportado en el mundo por los grandes barcos petroleros. Omán, hasta hace muy poco considerado un tranquilo rincón del mundo árabe inmune a la oleada de protestas, está siendo sacudido por convulsiones socio-económicas a pesar de su elevada renta per cápita, unas siete veces más alta que la de Egipto. En Omán se practica el Islam ibadi –ni sunita, ni chiíta-, también se encuentra en selectas latitudes en el norte y este de África. Nada podría ser más diferente del wahhabismo, o del fanatismo jihadista a la manera de Al-Qaeda. En términos de Omán, el Islam ibadi implicar buscar el equilibrio justo, en una mezcla de costumbres tribales. Pero si siguieres el coloso saudita es ya inmune a la epidemia revolucionaria, que le ha llegado desde su diminuto ahijado Bahrein, donde la sublevación de la mayoría Chií contagió a sus correligionarios en la región de Qatif, que posee los grandes yacimientos petroleros de Arabia Saudita y en la que también es mayoritario el chiísmo, reprimido por la monarquía saudi que impone con puño de hierro un régimen integrista. Hace una semanas, lo que parecía imposible ocurrió: cientos de personas se manifestaron en los puertos saudíes de Sihat y Awamiya, y en la capital interior de Hofuf, en demanda de la liberación del clérigo chií Tawfiq al Amir, arrestado por haber reclamado una monarquía constitucional y medidas contra la corrupción que corroe al reino de los mil príncipes Al Saud.
            Los chiíes saudíes van a mantener sus demanda de una mayor igualdad social, económica y religiosa”, sostiene Ayham Kamel, analista de Eurasia Group, “y eso presentará un desafío a largo plazo para la familiar real Al Saud justo cuando tienen que afrontar un relevo generacional” (el rey Abdullah, de 87 años, regresó urgentemente de su convalecencia en Marruecos –tras ser operado en Estados Unidos). Pocas esperanzas reformistas despiertan los posibles sucesores de Abdullah: el fundamentalista príncipe Sultán, de 86 años, y el príncipe Nayef, de 77, que lleva ejerciendo de ministro del Interior desde 1965.
Madawi al-Rasheed, profesor de antropología de la religión en el King’s College de la University of London, ha sostenido sobre Arabia Saudita, el productor de crudo más importante del OPEP. “Esa economía de 430.000 millones de dólares anuales beneficia a una elite, principalmente conectada con la familia real, pero falla en producir empleos para miles de graduados cada año”. Dos tercios de los sauditas son menores de 30 años, recuerda Al-Rasheed en un trabajo para la revista Foreign Policy. Son una generación educada, con computadoras portátiles, TV por cable, e informados de escándalos de corrupción en las familiar gobernantes, mientras el desempleo, que afecta a 40% de quienes tienen entre 20 y 24 años, los empuja a conductas antisociales, etc. Para Nawaf Obaid, del King Faisal Center for Research and Islamic Studies, en The Washington Post, Occidente no entiende un elemento fundamental: un nacionalismo que ha sido fomentado por y está fuertemente ligado a la Monarquía. "Estas cualidades hacen muy poco probable que los disturbios de otros países se extiendan al Reino".[3]
Económicamente, Arabia Saudita es capaz de financiar proyectos que satisfagan las necesidades de su creciente población. Los records de ingresos por exportación de energía se han invertido en infraestructura y servicios sociales. Se ha gastado decenas de miles de millones de dólares en los últimos años en Universidades y escuelas, hospitales, líneas ferroviarias y urbanizaciones, sostiene el Obaid. Aunque Arabia Saudita acumuló más de 500 mil millones de dólares en reservas extranjeras durante el reinado de Abdullah, el Reino todavía se enfrenta con desafíos económicos. Según los standards mundiales, Arabia Saudita es rica; la línea de pobreza global es de 1.25 dólares por día. Todos los saudíes reciben asistencia de vivienda y atención médica y educación gratuita, el ingreso per cápita es de aproximadamente 18.500 dólares. Sin embargo, muchos saudíes consideran que este nivel de vida no se corresponde con un país tan rico en recursos.[4]
La sociedad saudí culturalmente conservadora es también resistente a la revolución. Esta reticencia hacia el cambio ayuda a explicar porqué el movimiento "liberal" en el reino es reducido a grupos dispersos que tienen poca atención entre la población general. Los movimientos reformadores islamistas son también pequeños y fragmentados. Cinco recientes peticiones de estos grupos reunieron menos de 4.500 firmas.
Algunos analistas de Wall Street han comenzado a decir que Arabia Saudita puede ser a la economía mundial lo que Lehman Brothers fue para al sistema financiero internacional: el evento disparador de una crisis sin antecedentes. Los analistas discuten hoy cuáles son las probabilidades de volver a tener niveles reales de precio del crudo como los que, en los años 70, desataron una crisis económica global.  La estabilidad de Arabia Saudita es crucial para mantener el suministro mundial de petróleo –aunque fue superado por Rusia en 2009 como mayor exportador de crudo-, ya que es el único que dispone de gran capacidad excedente: entre 3 y 3.5 millones de barriles diarios, con los que puede compensar ampliamente la interrupción del suministro libio. Sin embargo, eso acercará el día en que la creciente demanda mundial supere las reservas disponibles. Según The Economist, Si Argelia dejase también de exportar, su compensación se tragaría toda la disponibilidad saudita y “propulsaría el precio del petróleo hasta unos terroríficos 220 dólares por barril[5].
            Omán sólo exporta 860.000 barriles de petróleo al día (una décima parte que el gigante saudita), pero siempre fue el guardián imprescindible para garantizar el paso del petróleo por el estrecho de Ormuz, que comparte con Irán. El régimen chií de los ayatolahs amenaza desde 2008 con cortar esa vía vital para el suministro energético de Occidente, en caso de conflicto con Estados Unidos o Israel, toda una quimera fabricada por los neoconservadores. La realidad muestra ahora otro escenario: la democracia real está llegando a las puertas de Omán, ese “faro de la estabilidad”. Además, Omán ha logrado mantener buenas relaciones con Teherán, y hasta ha hecho de mediados en anteriores crisis. Pero ahora sufre del mismo contagio que los demás países árabes: las manifestaciones en el estratégico puerto de Sohar (segunda ciudad del país) reclamando empleo, mejores salarios y medidas contra la corrupción se han cobrado varias víctimas mortales. Las protestas se extendieron a la capital, Mascate. El desempleo es altísimo –sobre todo entre los poseedores de diplomas inútiles. De un total de más de 40 mil egresos de cursos secundarios, por año, sólo algunos pocos entran empleo.
            En realidad, el sultán Qabús bin Said, en el poder desde 1970, aún goza del apoyo de la mayoría de sus súbditos, y hasta los sublevados en Sohar afirman no tener nada contra él, pues ha modernizado el país y ha instaurado un régimen tolerante y benevolente.[6] Pero Omán también tiene una gran población inmigrante, 900.000 obreros extranjeros (en una población de tres millones) que a menudo “trabajan en condiciones infrahumanas, insalubres y peligrosas, por un salario de miseria, sin que el Gobierno los proteja”, sostienen algunos periodistas de la zona.
            Sohar a 80 kilómetros de la frontera con los Emiratos Árabes Unidos, y a 200 kilómetros de la capital Muscat, merece examen detallado. Es la usina de energía industrial de Omán. Allá está uno de los mayores proyectos de desarrollo de puertos del mundo, además de una refinería, un complejo petroquímico, una industria de aluminio y una de acero. Para garantizar el suministro de crudo desde el Pérsico, en Sohar se está construyendo un mega-puerto industrial (en colaboración con el de Rótterdam) que será uno de los diez más grandes del mundo, con capacidad para super-petroleros de 360 metros de eslora y 23 de calado. La idea es que gasoductos y oleoductos sorteen Ormuz, para cargar el combustible en el superpuerto de Sohar, en el que ya se han invertido 14.000 millones de dólares y que debería estar operativo en mayo. Eso evitaría las elevadas primas de los seguros por cruzar Ormuz. Pero el abastecimiento de crudo a Occidente corre muchos otros peligros.



[1] Foreign Affairs, “Oil and Unrest”, (8/3)

[2] The Economist, “More of a threat to the world economy than investors seem to think”, (3/7)

[3] The Washington Post, “Why Saudi Arabia is stable amid the Mideast unrest”, (11/3)

[4] Financial Times, “Saudi Arabia faces its Day of Rage”, (10/3)

[5] The Economist, “Can the richest of all the Arab royal families stem the tide of reform?”, (3/3)

[6] Financial Times, “Middle East: Gas leak in the house”, (10/3)


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