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miércoles, 5 de enero de 2011

El legado de Lula

           Ocho años que cambiaron la economía, colocaron a Brasil en la ruta del crecimiento sostenido y lo transformaron en uno de los mercados más codiciados del mundo. En octubre de 2002, en su primer discurso como presidente electro de Brasil, Lula da Silva reveló una ambición sencilla: “Necesitamos garantizar que cada hombre o cada mujer, por más pobre que sea, tenga el derecho de desayunar, almorzar y cenar todo santo día”.
            En la era Lula, casi 40 millones de brasileños dejaron la línea de la pobreza y se hicieron una poderosa clase medio consumidora. Esas personas pasaron a alimentarse más y mejor, a comprar automóviles y electrónicos, a viajar de vacaciones y a realizar el sueño de la casa propia. Brasil pasó a ser una gran voz entre los países emergentes, sentado codo a codo en los foros de poder y negocios internacionales.
            Un círculo virtuoso de distribución de renta, justicia social y crecimiento que cambió la economía brasileña y despertó la atención del mundo. Al recibir de las manos de Fernando Henrique Cardoso la presidencia, Lula asumió un país mal visto por el mundo financiero, una herencia de tropiezos económicos causados por el súper endeudamiento y por la hiperinflación en los 80 e inicios de los 90. Sus dos antecesores, Itamar Franco y FHC, consiguieron domar el dragón de la inflación con el Plan Real, pero el rescate de la confianza internacional plena sólo acontecería en el gobierno de Lula. ¿Ironía del destino?
            Lula reconquistó la credibilidad global. Él mismo era visto como una amenaza seria a la estabilidad económica y, en el ejercicio del poder, se reveló su mayor defensor. Lula acabó con el riesgo Lula. En vísperas de las elecciones de 2002, el llamado riesgo-país (termómetro que mide la confianza de los inversores en la capacidad de una nación de honrar sus pagos) medido por el banco J.P.Morgan alcanzó los 2.436 puntos, equivalente al índice de países como Pakistán y Burundi. Hoy, el escenario es el extremo opuesto. Gracias al mantenimiento de los pilares macroeconómicos construidos en los años de FHC y de la reducción de la deuda pública en proporción del PBI (ver gráfico), el riesgo-país llegó a los actuales 174 puntos. 

          
El rescate y el mantenimiento de la credibilidad externa son contemplados como el mayor legado de Lula para empresarios y hasta adversarios políticos. Lula deja la consolidación de una política económica responsable. Brasil es hoy uno de los principales destinos de inversiones extranjeras. La entrada récord de dólares abrió camino para el aumento de las reservas internacionales, que saltaron de 37,8 mil millones de dólares en 2002 a casi 285 mil millones de dólares. En el camino inverso, el dólar cayó de 3,94 reales a menos de 1,70 reales. El equipo económico de Lula, liderado por Guido Mantega en Hacienda y Henrique Meirelles en el Banco Central, hizo que el país quedara menos endeudado.
            La relación deuda/PBI cayó del 60,6%, en 2002, a un 40%, en 2010. La tasa de intereses reales (además de la inflación) descendió siete puntos porcentuales. El crédito, una de las locomotoras del crecimiento, aumentó en 20 puntos porcentuales y quedó próximo a un 50% del PBI. En un positivo efecto cascada, el crecimiento del PBI deberá aproximarse al 8% en 2010, casi tres veces superior a la media del 2,6% de los cuatro años anteriores. Todo eso creó un campo fértil para el avance de la nueva clase media.
            Más que mantener intacta la herencia monetaria del Plan Real, Lula capitaneo una revolución de consumo que hizo del mercado doméstico la gran razón para atraer inversiones locales y externas y escapar más rápido de la gran recesión global de 2008.

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